22 Octubre 2016

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Opinion

Una legión de comentaristas especializados en hablar de la muerte de moda propagan su sentimentalismo barato pero, ¿cuántos realmente lo conocen?.


 
La muerte de Gabriel García Márquez no sólo es triste por ser un referente indiscutido de la literatura y el periodismo latinoamericano sino también -y aclaro en mucho menor término- por la sarta de voces que tendremos que escuchar en los próximos días hablando delgran maestro que nunca leyeron.

"Gabo" - como les dicen cariñosamente algunos de los que no pueden nombrar tres libros de los 42 títulos que completan su prolífica carrera- es uno de los pocos escritores latinoamericanos "famosos" vivos y por ello, a todos les "duele" su pérdida pero,¿cuántos realmente conocen y disfrutaron de su obra?

 

Una vez más las redes sociales, ese afortunado espacio para el intercambio democrático, son el soporte de una legión de comentaristas especializados en hablar de la muerte de moda.

 

Hashtags y tendencias en Twitter, fotos compartidas en Facebook, afligidas actualizaciones de estado en los perfiles de sus cuentas, todos quieren contribuir con su opinión a la tragedia del momento.

 

Hoy, tristemente, es García Márquez y mañana será Montoto por que no importa la obra ni el conocimiento del tema sino una imagen pública "benevolente" y un par de premios prestigiosos, para que todos desparramemos nuestro sentimentalismo barato.

Sofia Tarruella
Por Sofia Tarruella
Periodista




FUENTE Y FOTO: Diario Veloz 

Domingo, 20 de Abril de 2014 19:51

LINCHAMIENTOS EN LA LITERATURA ARGENTINA

por Periodismo365

 Por José Pablo Feinmann

Como la literatura, en sus orígenes, la escriben los cultos, las víctimas son ellos. Ningún culto, en el siglo XIX, escribirá el sacrificio de un pobre, de un bárbaro, ya que los cultos no son de linchar. Los cultos vienen a traer al país lo contrario de esa práctica deleznable. Los cultos tienen su espacio en la ciudad y la ciudad es el esprit de finesse, el lugar de los buenos modales, de la vida civilizada. El unitario de “El Matadero” se da de boca con su tragedia porque, precisamente, ha equivocado su camino. Tenía que ir a la ciudad, ese lugar al que él pertenece, en que es respetado, en que nada puede pasarle, y equivoca sus pasos. La historia de Echeverría es la historia de un extravío, pero no de los habituales sentidos con que esta palabra se usa. Se sabe que un extraviado puede ser un loco. Para no abundar en ejemplos, digamos: un hombre que ha perdido el camino de la razón. Así le sucede al unitario. Si bien, en una primera lectura, su extravío es territorial: equivoca su camino y termina en los parajes del matadero y no en los de la ciudad, en ese mismo extravío sale de la razón y entra en la barbarie.

Echeverría narra con mucho detalle el padecimiento del joven, la humillación a la que es sometido, su orgullo que nunca cede, la alegría de la “chusma”, la sangre que se derrama en ese matadero que no sólo es de bestias sino de seres humanos también, con algún propósito. Queda claro luego de leer el cuento que la “barbarie rosina” es ajena a la conciencia moral civilizada. Una de las preguntas que deja pendiente este cuento (que es muy bueno y cumple con todos sus objetivos sin escapar de la literatura) es qué se hará con esta gente el día que triunfen los que son lo Otro de ellos. Porque, en el planteo echeverriano, no hay alternativas, ni conciliación posibles. Ese antagonismo feroz no es dialéctico. Como no es dialéctica la contradicción civilización-barbarie, no hay una superación. No existe el aufheben (superar-conservando) hegeliano que permitiría llegar a una síntesis superior conciliadora que contuviera a los dos elementos antagónicos superándolos. Todo está pensado en términos de guerra. ¿Cómo contener, encauzar todo este odio? El bárbaro es el Otro absoluto del unitario. El unitario es el Otro absoluto del bárbaro. Así seguimos aún. Los que toman-un-café-en-Tolón son el Otro absoluto del que delinque o del sospechoso de hacerlo y siempre del que tiene “cara de chorro”. Hoy se mata por la cara. Se odia la cara morocha del llamado “negro de mierda”. Este personaje, que encarna la “negritud”, es el Otro de los ciudadanos de Tolón.

La semilla que plantó Echeverría sigue viva. No lo vamos a culpar, a enviar al infierno de los culpables de nuestra historia, nada de eso. El tenía sus motivos. Seguramente el episodio que narró es cierto. Pudo ocurrir en muchos ámbitos de la Confederación de Don Juan Manuel. No perdamos tiempo: matar, mataron todos. Tampoco vamos a entrar en estadísticas. Aunque nadie ignora quién ganó la guerra civil y (también se sabe) una guerra la gana el que más gente le mata al enemigo. Y el que menos consideraciones humanitarias tiene con él. De aquí que los revisionistas que siempre han exaltado la honorabilidad de Angel Vicente Peñaloza cuando, en el Tratado de las Banderitas, devuelve sus prisioneros con vida y pide los suyos a los porteños, quienes no los tienen porque los pasaron por las armas, deberán comprender por qué los porteños ganaron la guerra. Porque no tenían consideraciones de humanidad. El honorable Chacho era un hombre bueno. Pero los hombres buenos no sirven –en general y casi siempre– para la guerra.

Cuando Chacho les dice a los hombres de Mitre, ¿no éramos nosotros los bárbaros? ¿No eran ustedes los civilizados? ¿Dónde están entonces nuestros prisioneros? ¿Es posible imaginar que los han matado? Sí, los mataron a todos. Porque los hombres de Mitre representan un capitalismo neocolonial que hará un país terriblemente injusto y subalterno. Pero Angel Vicente Peñaloza representa un orden aún campesino, aún agrario y precapitalista. El filósofo agrario Martin Heidegger elegiría a Peñaloza, en caso de poder acercársele, olerlo. Diría que es el enemigo de esa modernidad que olvidó al ser y se entregó a la conquista de lo ente. Diría que el Chacho es la tierra, que no busca arrasarla, tecnificarla. Que no es hijo de la técnica, sino que, naturalmente, sólo por su condición de campesino, está más abierto al ser. Karl Marx diría que todas esas son pavadas reaccionarias. Que el progreso es el avance del capitalismo. Y ese progreso, con todas sus atrocidades, lo representa, en la Argentina, Mitre y Buenos Aires; así como en México Estados Unidos, potencia capitalista, representa el progreso ante los hombres de Santa Ana, pues EE.UU. penetrará en esas tierras con todo su vigor histórico, acabará con el feudalismo y surgirá de esa dialéctica espléndida el proletariado y su revolución liberacionista, la sociedad sin clases.

Los textos que siguen salen siempre de plumas cultas. La refalosa, de Hilario Ascasubi, poeta unitario, feroz enemigo de Rosas, es desagradable y exagerado. La exageración de estos textos es temible porque implica una advertencia: esto que Uds. hoy nos hacen a nosotros mañana se lo haremos a Uds. tres veces peor, lo menos. Importa señalar que, si bien hay sin duda un valor de verdad en lo narrado, el odio lo ha exasperado hasta el límite. El odio de las clases dirigentes argentinas suele ser inexplicable para muchos. Aun para ellas mismas. Por ejemplo, Adolfo Bioy Casares, comentando “La fiesta del Monstruo”, del que algo renegaba, decía: “El cuento está lleno de odio. Estábamos llenos de odio bajo el peronismo”. Tiene su explicación. Lo que no se tolera es que se le discuta algo que considera propio por historia y linaje. La clase media se suma a esto y quiere sentirse tan dueña del país como los dueños de la tierra. Habrá que entender que, aquí y en cualquier parte, para un burgués tener los odios de la oligarquía es sacar patente de distinción, de clase. “Yo odio lo que ellos odian, yo pertenezco a lo que ellos pertenecen. Somos iguales.” Para los días de hoy el siguiente ejemplo es perfecto. El burgués mediocre, de vida gris, de pronto descubre al inmigrante. Lo insulta y dice a todos: “Nos vienen a robar Argentina”. De ser nada súbitamente él es Argentina. Cualquier argentino que dice que un peruano le viene a robar el país se siente, de golpe, dueño de la Argentina. La gente necesita odiar. La oligarquía –por naturaleza– desprecia y por hábito (ante cualquiera que la contradiga con cierto grado de seriedad) odia. Bioy lo dice con abierta sinceridad: él y Borges estaban llenos de odio durante el peronismo. También –en los señorones de la oligarquía– está el asco que les produce que les solivianten a las masas. Sin embargo, aguantaron una década de grasada menemista sin chistar. Porque la juntaban con pala. El bolsillo manda.

Con los escritores de la burguesía que toman –desde su originaria libertad– partido por el proletariado empiezan a aparecer algunos textos en que los castigados son los poseedores. No sabría decir si “Casa tomada” de Cortázar es uno de ellos. El autor no había tomado partido por casi nada cuando lo escribió. Más claro –o demasiado claro– resulta “Cabecita negra” de Rozenmacher, que cita “Casa tomada” como antecedente de su texto, como si el mismo viniera a resignificar al de Cortázar. Aquí el agredido es un señor de clase media en ascenso y los que castigan un policía y una prostituta, si es que eso son. Se trata de un texto de 1961, se convirtió en un best seller y fue acremente reseñado por la revista Sur, que lo consideró peronista. Peronista o no, Rozenmacher nunca lo fue, aunque murió, desdichadamente, muy joven y muy absurdamente, el cuento toma partido por los morochos (o los cabecitas negras) y trata con desdén al protagonista, al que no deja de llamar “señor Lanari”, como hacen los malos polemistas con sus rivales. Importa su texto final porque refleja el odio de ese señor de clase media que ha sido injuriado por dos “negros de mierda”, según el eterno vocabulario clasemediero. “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que aplastarlos, aplastarlos (...) La fuerza pública (...) tenemos toda la fuerza pública y el ejército”. Sintió que odiaba... Y Rozenmacher, según los tiempos, termina con unas líneas amenazantes para los poseedores y esperanzadas para los negros: “Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada”. Más exactamente: las clases bajas y todos los que unieron su praxis política e ideológica a ese destino, lejos de estar tranquilos, sufrieron las salvajes persecuciones de las fuerzas que el señor Lanari invocaba para vivir tranquilo.

El texto que con mayor impiedad exhibe el padecimiento del proletario ante los niños de la oligarquía es “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini. Es posible, a causa de esa impiedad, que sea el más actual de todos. Lamborghini es un escritor difícil de leer. Puedo compartir las afirmaciones que Germán García ha hecho sobre el autor: “Burgués asustado”, etc. Pero, como él, no me quedo tranquilo. Siempre siento que he sido injusto. Que Lamborghini es más que un escritor que quiere horrorizar a sus lectores de clase media, ya que no hay otros. De todos modos, “El niño proletario”, si bien narra el padecimiento extremo de ese personaje, es precisamente, casi imposible de leer. Sobre todo por los propios proletarios. Hice la prueba, lo juro. Y siempre terminaron puteándome. Y que les leyera otra cosa, qué joder. Ignoro si “El Matadero” provocó en su tiempo lo que texto de Lamborghini provoca hoy. Llevamos cuarenta años de su aparición y aún es ilegible para los lectores masivos. Para los que, de todos modos, no lo escribió Lamborghini. ¿Es un gran cuento? Creo que no. Es valioso, sin duda. Pero es una explosión de los conflictos internos del autor. Que los haya unido a los del proletariado es un hallazgo excepcional. Paco Jaumandreu, en el film Eva Perón, le dice a ella, que se muere de cáncer en pocos días: “Señora, en este país de machos, ser pobre, ser puto y ser Eva Perón es la misma cosa” (Eva Perón, film dirigido por Juan Carlos Desanzo protagonizado por Esther Goris y con guión mío). El texto que he citado encabeza los panfletos o textos de la agrupación Putos Peronistas, que, dicen, se llaman así, porque “gay es de garcas”.

FUENTE Y FOTO: Página/12 

Los videos y las noticias relacionadas con los linchamientos se viralizan en las redes sociales. Entre diciembre y abril surgieron páginas de Facebook que incitan a la violencia o a “hacer justicia por mano propia”.
 


 

En las últimas semanas se conocieron más de diez casos de linchamientos de vecinos a presuntos ladrones. El primero fue el de David Moreira, el chico asesinado en Rosario. Siguió con una golpiza enfurecida de más de diez personas a un menor en Palermo. Hace unos días, en Quilmes, otro chico “que había intentado robar una camioneta” fue atrapado por el dueño a la salida de una confitería: una cámara de seguridad mostraba cómo, entre tres, le pegaban aunque ya estuviese inmovilizado en el piso. Y a dos jóvenes que andaban en moto –también en Rosario- un grupo de personas los agarró a golpes cuando se bajaron a comprar en una estación de servicio. Luego admitieron haberlos confundido con motochorros. Lo mismo pasó en los saqueos de Córdoba, en diciembre: le pegaron a cuanto motociclista joven anduviese por la calle. En estos días, también hubo linchamientos en Río Negro, Misiones y La Rioja.

En todos los casos los “linchadores” acusan de delincuentes a los linchados, aunque no tengan certezas de que lo sean. Los videos y las noticias relacionadas con este tipo de violencia se viralizan entre los usuarios de redes sociales. Algo similar pasó en diciembre cuando llamaron, a través de Facebook y Twitter, a saquear. Ahora, en cambio, llaman a matar. Al menos cuatro páginas de Facebook incitan a linchar o a “hacer justicia por mano propia”. Todas fueron creadas entre diciembre y abril. Y coinciden en no mostrar el nombre de sus administradores. Sin embargo, hay algunos matices a la hora de postear.

“Linchemos a los chorros” en algunas publicaciones “etiqueta” a seguidores. Mientras que otra de las páginas, “Linchemos a los delincuentes. Justicia por mano propia”, no lo hace. Esta última se describe así: “Envianos tu foto/video/denuncia, con tu barrio y nosotros lo haremos público (no publicaremos tu nombre) si el Estado no responde a nuestras necesidades el pueblo tiene que tomar las riendas de la situación (sic)”. Esta página se creó el 4 de diciembre de 2013 en Córdoba, en los días que se acuartelaba la policía y había saqueos organizados.

La fan page “Linchemos a los chorros” se creó hace una semana y ya reunió más de 200 “Me gusta” en la red social más usada del mundo. Entre sus posteos más populares está la foto de portada que dice "Vecinos organizados. Ratero si te agarramos no vas a ir a la comisaría, te vamos a linchar". En la publicación hay más de cincuenta seguidores etiquetados, la compartieron 16 veces y recibió 42 “Me gusta”. En el perfil no se aclara de donde es el administrador pero en la foto de portada está el sello de agua de www.ellitoral.com, portal de noticias de Santa Fe. Según la estadística de “fans”, la mayoría es de la localidad de Las Toscas a 600 kilómetros de Rosario donde hace dos semanas asesinaron a David.

Otro de los perfiles es “Yo apoyo la justicia por mano propia”. Se describe así: “Yo también estoy a favor de las acciones de autodefensa popular contra delincuentes, políticos, militantes y periodistas pro-delincuencia!”

La última publicación en su muro fue el 5 de abril y se jacta de que la iniciativa de Daniel Scioli de decretar la emergencia en seguridad -donde se reincorporará a cinco mil policías retirados, entre otras cosas- tuvo que ver con los “linchamientos populares”. Esto fue compartido 49 veces. “Hay que seguir linchando y con más violencia, en lo posible rozar lo bizarro así cuando encuentren a varios calcinados o colgados verán lo que les puede suceder a ellos si no hacen nada”, comenta Gustavo J.O. abajo del post.

Casi todas las páginas que incitan a los linchamientos comparten un flyer con un revólver que abajo en letra mayúscula y signos de admiración dice: “Urge una reforma de portación de armas y defensa del hogar”. Otras comparten una imagen -también con un revólver- y se autodenominan “indignados”.

La película sobre cómo nació Facebook relata que Mark Zuckerberg la creó para ganar chicas. Ahora, la red social, se ha convertido en un negocio millonario. Quizás Zuckerberg no imagine que la plataforma que creó hoy esté llena de páginas que incitan al odio.

Por: Marcela Repossi

FUENTE Y FOTOS: Infojus 

 Entrevista a Federico Lorenc Valcarce, sociólogo e investigador del CONICET y del Instituto Gino Germani.

Estudioso de la "inseguridad", sostiene que su mayor o menor difusión obedece a razones estrictamente políticas y no a una respuesta social o de los medios. Propone romper con los criterios lineales y buscar recetas distintas para distintos delitos.


La inseguridad es, desde hace más de una década, uno de los principales problemas públicos de la Argentina: se habla de ella en medios, campañas políticas, hogares, documentos de la Iglesia, coloquios de empresarios. Su tratamiento no es sólo cíclico y circular –hace hablar siempre al mismo conjunto de actores– sino que está dividido en dos posiciones enfrentadas con pocos puntos en común: los partidarios de la "mano dura" y el aumento de penas y el grupo de garantistas que, muchas veces, subestima el tema argumentando que crece más el miedo que las tasas delictivas. 

 

Alejado de las hipótesis que explican el protagonismo del tema sólo por la influencia de los medios de comunicación, Federico Lorenc Valcarce, sociólogo e investigador del CONICET y del Instituto Gino Germani, sitúa la puesta en agenda del tema en la muerte del fotógrafo José Luis Cabezas y del atentado de la AMIA y advierte que fue un problema estrictamente político y no una respuesta a una demanda social o mediática. También llama a romper con una idea uniforme de la inseguridad para pensar, como los economistas, recetas distintas para cada una de sus variables. En diálogo con Tiempo Argentino, Lorenc Valcarce criticó el populismo punitivo de la dirigencia política y situó esos episodios en un aumento de la violencia interpersonal y un marco de convivencia hostil.  
 
–¿Los linchamientos conforman  un fenómeno? ¿Representan el pasaje de una actitud preventiva a una defensiva?
–No veo algo que vaya a generalizarse. Intuyo más bien que, como se hizo público un caso que terminó trágicamente, los periodistas salieron a buscar otros. Pero sí hay fenómenos que parecen estar por detrás de los episodios recientes, que no son coyunturales o pasajeros. ¿Por qué los vecinos de Caballito le pegan a un adolescente que, más allá de que sea chorro, es un tipo indefenso, situacionalmente y en la vida? Antes que darle una dimensión institucional, o explicarlo en base a una sensación de injusticia o una falta de regulación estatal, pensaría la relación de esos episodios con una sociabilidad violenta que no tiene que ver con el crecimiento del delito. Los linchamientos pueden entenderse por el surgimiento de un marco de convivencia hostil, de una violencia interpersonal que se ve en el tráfico, en la calle. Aunque no contamos con información suficiente, es notoria la crispación y la intolerancia que atraviesan muchas de nuestras interacciones. Con razón o sin ella, los usuarios destruyen estaciones de subte, incendian trenes, amenazan a empleados municipales, golpean a docentes, se agarran a trompadas por incidentes callejeros o situaciones de tránsito. Estos comportamientos, que en otra época resultaban impensables, hoy se dan con una creciente frecuencia.
–¿Cómo se explica esa convivencia hostil?
–La violencia interpersonal es distinta a la violencia política de los setenta, pero algunos dirán que hemos retrocedido en la pacificación de los vínculos personales que habíamos conquistado. Quizás se trate de una reacción ante múltiples presiones coyunturales que irritan. No se conoce mucho sobre este fenómeno porque los trabajos de inseguridad y delito no se cruzaron con los estudios sobre violencia, sea doméstica, escolar, policial. De todos modos, una de las cosas que estamos viendo es que es necesario volver a distinguir violencia, miedo, y delito. Cuando empezamos a trabajar el tema de la inseguridad y el delito mezclábamos un poco todo. Identificábamos una serie de prácticas reactivas que podían inscribirse en una narrativa de la inseguridad aunque tuvieran que ver con esferas distintas: comportamientos electorales, elección de la vivienda, mercado de la seguridad privada, tendencia al encierro, distribución del presupuesto estatal. Lo uníamos para decir que ese marco de significados en torno a la inseguridad no se quedaba sólo en el plano de la paranoia sino que tenía efectos. Pero creo que ese camino está un poco agotado.  
–¿En qué sentido?
–Podemos aceptar que hay una experiencia del delito, que hay una percepción subjetiva de la inseguridad, que los medios de comunicación refuerzan ansiedades y preocupaciones y que los políticos bajan línea con respecto a la cuestión delictiva. Todo eso está estudiado. Lo que estamos viendo con otros colegas, es que sería interesante volver a ciertas cuestiones clásicas de la criminología. Por ejemplo, tengo una actividad delictiva que es el robo de autos, otra que es la sustracción de carteras, otra que es el tráfico de drogas. Cada uno de estas actividades tiene actores, motivaciones y lógicas específicas, articulaciones distintas con las actividades legales, con la policía y con la política. Si alguien dice que todo eso, que es complejo y tiene múltiples causas, es inseguridad y que hay que aumentar penas y dar más plata a la policía, me siento estafado. En economía, las distintas variables y dimensiones, se trabajan con distintas políticas. No hay una receta única. Lo mismo acá. Si identifico claramente el problema, puedo construir herramientas específicas. El delito de los jóvenes seguramente se puede resolver con inclusión social. Pero si el problema es una banda mixta de policías y delincuentes profesionales con capacidad empresarial, el problema es otro. Ahí seguramente tenga razón Marcelo Saín, que piensa que una de las causas no dichas de la inseguridad no es la falta de policía, sino el desempeño de la policía como reguladora del delito. Hay una pista a seguir que busca romper con la idea de inseguridad como una categoría uniforme.
–¿Qué piensa sobre la reacción del arco político frente a los linchamientos?
–Lo que ocurrió en estas semanas produjo perplejidad, primero, porque los linchamientos parecen un fenómeno completamente ajeno a la autopercepción que tenemos como sociedad. Algunos dicen que ocurren porque el Estado no cumple su función, que deberían destinarse más recursos a las políticas de seguridad, la justicia penal y el sistema penitenciario. Otros señalan la falta de respeto por las normas y la ausencia de justicia que lleva a los "ciudadanos decentes" a la desesperación, la ira y la reacción violenta. También se señalan causas estructurales que están por detrás de los conflictos. Naturalmente, cada quien quiere sacar ventaja de la situación y reafirmar clivajes políticos que les resulten favorables. El problema es que una explicación simple, unilateral, sin fundamentos sólidos no puede más que contribuir al ruido que hay en torno a las cuestiones del delito y la inseguridad en nuestro país. Quizás en algún momento la dirigencia deba tomarse en serio la idea de que la seguridad, la violencia y el miedo no deben seguir el ritmo de la agenda mediática. Lo mismo sucede con la discusión por el Código Penal. Es un hecho importante y se encaró bien políticamente, con una comisión de expertos reconocidos. Pero varios dirigentes salieron a decir que quieren bajar las penas y que es un código para delincuentes y no para los ciudadanos indefensos. Eso es demagogia o populismo punitivo, un discurso facilista que intenta sacar rédito de las miserias más profundas. Es una irresponsabilidad de la dirigencia política, que tiene que ser docente, no pensar la representación como una repetición de lo que la gente quiere escuchar, sino como la defensa de un argumento y ciertos valores.
–¿Ese gesto demagógico es eficaz?  
–Ahí se juega algo del doble circuito de legitimación de los dirigentes políticos. Vos te podés legitimar para abajo, siguiendo lo que quiere la gente según las encuestas de opinión, pero después  también lo tenés que hacer frente a tus pares. Es lo que pasó con Luis Abelardo Patti. En el proceso electoral había logrado ser diputado, y sin embargo sus colegas de la Cámara no lo reconocieron porque era contrario a las ideas básicas del conjunto. Es temprano saber si va a ser efectiva o no, por ejemplo, la estrategia de Sergio Massa. Pero siendo un poco optimista, creo que el tema de la demagogia tiene que ver más con una búsqueda oportunista de captación de votos, y menos con la convicción política de la dirigencia. Suelo creer que los dirigentes están un poquito a la izquierda que sus bases.
–Hay quienes sostienen que el discurso de los Derechos Humanos creó una barrera de contención a las visiones más punitivistas, ¿está de acuerdo?
–Yo no soy muy optimista con respecto a cuánto han impregnado los Derechos Humanos en la sociedad civil, en el sentido común. Creo que sigue habiendo posiciones procesistas, o muchas tendencias clasistas y racistas más o menos larvadas, en distintos ámbitos. Pero creo que sí hubo una pregnancia en un espacio de gobierno más amplio, que incluye a políticos, periodistas, intelectuales. Allí, por ejemplo, nadie está a favor de la pena de muerte.
–Si la dirigencia está más a la izquierda que sus bases, ¿hay una diferencia entre las agendas electorales y las políticas públicas que se implementan?
–Creo que hay un desfasaje grande entre el discurso público que circula, las chicanas políticas y el desarrollo de políticas que son cada vez más reflexivas. El debate tiende a la simplificación y la política pública no puede manejarse con esos esquemas. Las experiencias de los Ministerios de Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires y de la Nación tienen un elemento en común: por primera vez, hay expertos con una concepción de que las políticas de seguridad tienen que manejarse con herramientas racionales, que tiene que haber diagnósticos, que se deben pensar estrategias válidas para afrontar problemas específicos, crear herramientas de coordinación institucional. Un gobierno político de la seguridad, que es una idea heredada de cómo se pensó la cuestión militar. Me parece que eso dio lugar a una ruptura explícita con la idea de que la seguridad era algo de lo que se encargaba la policía y que la dirigencia política negociaba en los márgenes. La política de seguridad es central y estratégica, no puede ser delegada a una policía que opera en función de su cultura institucional. Esto implica que no sólo haya presupuesto sino funcionarios idóneos. Te pueden gustar o no los valores que promueven, pero tanto en Nación como en Ciudad está la idea de conducción política de la seguridad, mientras en la provincia de Buenos Aires perdura la lógica de la autonomía policial.
–¿Cómo fue ganando terreno en el mundo de la política el problema de la inseguridad?
–Hasta principio de los 2000, había sólo dos actores que hacían de la seguridad su caballito de batalla. El tema de la inseguridad, como un discurso público, estaba acotado a Aldo Rico y Luis Abelardo Patti, que en verdad eran dos marginales de la política. Después se suman personajes de mayor envergadura, como Carlos  Ruckauf, que le dan otro alcance al tema. Y finalmente,  hay una difuminación al resto de los políticos y todos hablan de la inseguridad, pero con una moderación mayor. En estos años hubo un intento demagógico con Francisco de Narváez, que trató de instalar una división social en torno al delito. Un pensamiento que no solamente es peligroso en términos de las consecuencias no controladas, sino también porque abdican de ciertos valores democráticos. Porque ellos son a los que hay que exigirles posiciones democráticas y no demagógicas sobre el tema, no al comerciante que lo asaltaron 20 veces y está a favor de la pena de muerte. Él habla desde su lugar, con bronca, impotencia o dolor, pero un jurista o un dirigente político no puede montarse sobre eso.
–¿Por qué sitúa el origen de la preocupación por la inseguridad en el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas y en el atentado a la AMIA?
–Cuando empecé a trabajar estas cuestiones, a comienzos de los 2000, hice una lectura de todos los diarios de los años noventa. En ese momento, no había autonomía de las páginas policiales, ni siquiera había una sección particular, estaba dentro del área de sociedad. En esa lectura descubro que hay una explosión de las verbalizaciones políticas a partir de esos dos eventos. Los dos casos ponían en cuestión a la policía como institución y el rol de la policía en hechos macabros, pero ya no vinculados a la dictadura. Se empezó a hablar de la necesidad de reformarla y apareció Eduardo Duhalde llamando a León Arslanian. Mi hipótesis es que la puesta en agenda no tuvo que ver con la canalización de una demanda social, que no estaba muy estructurada en ese tiempo, ni con una editorialización o un creciente interés mediático, sino con una lógica intrínsecamente política. Eran delitos que tocaban a la política, que planteaban un problema de Estado y que abrían la pregunta por los escándalos de la policía en redes de acción delictiva. Luego se termina armando una estructura con temporalidades y elementos muy distintos: la agenda política se termina articulando con la agenda mediática y con las preocupaciones sociales, y conforman un sistema.
–En el texto sugiere además que la policía cumplió un lugar central en la politización de la inseguridad
–Creo que la policía es un actor relevante del campo de la política de seguridad y del tratamiento de los problemas ligados al delito. Los policías tienen teorías complejas acerca del delito, establecen hipótesis, trazan relaciones causales.  Tienen una cierta sensibilidad política, ideológica, y como todo el mundo, una defensa corporativa de su institución. Esa visión, que ellos la tienen de manera genuina, circula socialmente. Entre los periodistas de policiales, los policías y los funcionarios judiciales hay un diálogo permanente. En general se lo piensa como una relación negociada, pero lo cierto es que también la fuente permea la forma de pensar la realidad de los periodistas. En el día a día, los comisarios tienen una capacidad de enunciación sobre el delito fenomenal y su discurso entra permanentemente sin que te des cuenta. « 
 
 
De la experiencia del delito a la percepción  
 
 
En la literatura sobre el tema se suele establecer una distinción entre inseguridad objetiva e inseguridad subjetiva para hablar, por un lado, de la ocurrencia de hechos delictivos, se midan como se midan, y por otro, de la existencia de un sentimiento de temor, que no depende de la experiencia del delito. Esto permite comparar cómo varían las tasas de delito y cómo esa variedad va acompañada de mayor o menor ansiedad y miedo. 
Una línea de trabajo suele remarcar que, como el nivel de homicidios en el país es bajo y no vivimos en una sociedad atravesada por el delito, las personas son irracionales o tienen sentimientos infundados, y acusa a  los medios por instalar el tema en la agenda.
"No me convence esa separación entre inseguridad subjetiva y objetiva. Que se use la misma palabra genera la falsa impresión de que son hechos simétricos, especulares. Mi idea es que lo que se llama subjetivo es una manera de percibir el mundo. Que uno tenga percepciones no significa que lo percibido sea una mera ilusión. Nosotros realizamos la encuestas (ver infografía) para saber sobre qué bases (edad, género, capital cultural, participación de ámbitos colectivos) se producían afirmaciones, sin que esto signifique cuestionar lo que las personas dicen", señaló Lorenc Valcarce. 
 
 
Seguridad privada, encierro, segregación
 
 
En la actualidad, Federico Lorenc Valcarce está terminando un libro que saldrá a fin de año sobre la industria de la seguridad privada, uno de los mercados que emergieron en el marco de la cultura de la inseguridad. Allí señala que, si bien los clientes particulares aún no representan un segmento importante, el consumo de este servicio se incrementó fuertemente en los últimos años, no sólo entre las clases acomodadas, sino en las familias de menos recursos. También destaca que existe una profundización de la fractura del espacio social por la emergencia de enclaves fortificados y de barrios semicerrados por tejidos de garitas; el surgimiento de centros comerciales y residenciales, oficinas, universidades de difícil acceso para los sectores más desfavorecidos; y a nivel micro, el uso de las rejas en las casas. "Son procesos de encierro en distintas escalas y tienen que ver con una tendencia general a la segregación. Pero si vas a San Pablo, ahí ves lo que es la segregación en serio", relativiza Lorenc Valcarce. 
 
–Quienes contratan ese servicio, ¿buscan exclusividad?
–En los lugares de consumo se busca generar burbujas de exclusividad. Probablemente, detrás de la retórica de la protección, opera también un sentimiento de jerarquía. No sólo por saber que no se va a compartir ese sitio con determinadas personas, sino porque funciona como una ostentación de la riqueza. En la Argentina hay una histórica cultura igualitarista, y el clasismo y el racismo aparecen camuflados. Pero existen, aunque tal vez no es tan manifiesto como en México o Brasil, donde los símbolos de estatus tienen mucha mayor legitimidad. 
–¿La gente asocia la elección de la seguridad privada con un déficit del Estado?
–Gran parte de la literatura anglosajona plantea una idea liberal: si quieren gastar plata para protegerse, que lo hagan. Acá se encuentra una cultura más estatista. Incluso en los sectores de derecha está la idea de que el Estado debería hacer un montón de cosas. Pero yo entiendo que la retórica estatalista es una mezcla de cliché y queja. 
–¿La seguridad privada es eficaz? 
–En los lugares donde hay más seguridad privada en términos de agregados, hay menos delitos. Como no podés saber exactamente la causa, tenés dos hipótesis: o no hay causalidad y entonces, hay más seguridad donde hay menos delito, o los dispositivos son eficaces. 









Por: 
 
Lucía Álvarez













FUENTE Y FOTOS: Infonews  
 
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